12 de enero de 2008

La protección para los desmemoriados


Desde hace algunos años tengo la manía de andar pensando en el tiempo. Encuentro insoportable la idea de que días enteros se encuentren perdidos en mi memoria y es por eso que año tras año, cuando se acerca el mes de enero, surge el temor de la compra que será mi protección contra el olvido: mi agenda.

No puede ser elegida de una forma superficial, tiene que ser escogida entre cientos de opciones ofrecidas en distintas librerías y analizadas en distintos días a partir del mes de noviembre (la mercancía suele cambiar). Debe cumplir con el espacio y el papel adecuado, debe ser del tamaño exacto para ser transportada y, lo más importante, debe de formar un vínculo secreto con mi memoria para que lleven una buena relación.

Estas cualidades, en años anteriores, habían resultado imposibles de conjuntar. Lo que al momento de la compra resulta la mejor agenda, al llegar a la casa comienza a presentar sus fallos y carencias (¿o será de nuevo el temor hacia el vacío de las páginas?).

De una manera insólita, el mes de noviembre del año pasado llegó a mis manos una bonita agenda roja, la cual incluso dudé en comprar por lo extraño que me resultaba que mi intensa búsqueda terminara tan pronto.

A pesar de encontrarme en la faceta del encuentro de fallos y carencias, como sucede en toda relación, mi memoria y ella están comenzando a hacerse íntimas y aparentes aliadas contra el olvido de la cotidianidad.

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